colaborativa no colabora: así eluden Airbnb y Uber al fisco

Roban cuota de mercado a las compañías

A Uber no le hace falta brújula para saber cómo se llega a las Bermudas. BLOOMBERG

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Cada vez que Ian Haines, un granjero con una pequeña explotación en Australia, pone en alquiler una habitación a través de AirBnb, se cuida mucho de pagar sus impuestos. Piensa que la compañía estadounidense, que se lleva el 13% de la transacción, puede comunicar la operación al fisco australiano, y este pequeño empresario no quiere problemas. Pero no es así como funciona al otro lado de internet.

En los despachos de Airbnb, las cosas se ven de manera un poco distinta, porque la compañía gestiona todas sus finanzas siguiendo el manual de la perfecta multinacional: utilícense filiales en Irlanda para esquivar el impuesto de beneficios local, y canalícense desde allí los beneficios a paraísos fiscales como la isla de Jersey para no tener que repatriarlos a Estados Unidos.

Basta con echar un vistazo a las comunicaciones que la intermediaria de alquileres de corta estancia realiza al regulador del mercado estadounidense para ver la escala de la maraña societaria que ha tejido esta compañía, paradigma junto con Uber de eso que ha venido a calificarse como “economía colaborativa”: más de 40 filiales desperdigadas por todo el mundo.

Está claro, sin embargo, que el adjetivo “colaborativa” no viene de su comportamiento respecto a los contribuyentes de Estados Unidos o de los países donde operan.

“Pagamos todo lo que tenemos que pagar en los países en los que hacemos negocios”, dice Nick Papas, en defensa de Airbnb. “Cuando tomamos decisiones a largo plazo, actuamos pensando en qué es lo mejor para nuestra comunidad”, afirma este responsable.

La realidad contradice esta interpretación. Todos los ingresos que la compañía obtiene en 190 países van directamente a una central de pagos situada en Irlanda, territorio de la Unión Europea. En cada operación, Airbnb se queda con entre el 6% y el 12% del precio pagado por el arrendador, y otro 3% del que corresponde al arrendatario.

Traspasa gastos y esconde los ingresos

Puesto que la filial local -por ejemplo, australiana- actúa sólo como intermediaria, sus únicos ingresos son aquellos que Airbnb Irlanda decida entregarle por su “gestión”, y que lógicamente no suelen ser muy abultados.

Una vez esquivado el impuesto de sociedades australiano, toca encargarse de hacer lo mismo con el del país europeo.

Para sacar el dinero de esta primera isla británica sin pagar apenas tributos, la multinacional se aprovecha del mecanismo ya clásico y que la Unión Europea tolera alegremente: que la empresa radicada en Irlanda infle su factura de gastos, abonando millonarias cantidades por el uso de derechos de propiedad intelectual (por ejemplo: toda la plataforma web) a una empresa radicada en un paraíso fiscal.

De esa forma, se minora la base imponible de la unidad irlandesa, y el grueso del dinero escapa a dos subsidiarias (Airbnb International Holdings y Airbnb 2 Unlimited) que la multinacional tiene en otra isla británica, aunque mucho más pequeña: la de Jersey.

Trabajo terminado. Cuando el dinero se ingresa en Jersey, la empresa ha conseguido esquivar los tres impuestos de sociedades que podrían haberle sido de aplicación sucesivamente: el de Australia, el de Irlanda y el de Estados Unidos. Y todo legalmente, como decía antes Airbnb: “pagamos todo lo que tenemos que pagar en los países en los que hacemos negocios”.

Uber hace algo parecido. Cuando un viajero se sube a sus taxis en Madrid, el pago se procesa en Países Bajos. Desde allí, se pagan jugosas cantidades por uso de derechos de propiedad intelectual e industrial a una filial en Bermudas. El resultado es que el fisco estadounidense apenas puede echarle mano al 2% del beneficio neto de la compañía. En España y Países Bajos la cantidad que se paga es anecdótica.

El esquema no es precisamente nuevo -se usa desde hace años por compañías de múltiples sectores-, pero tanto Airbnb como Uber están en el punto de mira porque ambas compañías han presumido sin complejos de su capacidad para llevar al límite la legislación sobre hoteles o transporte (cuando no para saltársela directamente).

Y con una cuota de mercado cada vez mayor -se calcula que en 2014 facturaron 15.000 millones de dólares y que en 2025 lleguen a los 335.000 millones-, ganada a expensas de compañías que sí pagan todos sus impuestos, la presión legal podría terminar siendo irresistible.

Por el momento, los intentos por meter en cintura a estos gigantes de la elusión fiscal están resultando infructuosos en muchos parlamentos nacionales. Un responsable de la OCDE, que intenta poner de acuerdo al mayor número de estados posibles en que la situación no pude continuar así, resume de forma gráfica el dilema moral.

“Podemos discutir si la mayor parte del valor de una plataforma (como Uber o Airbnb) se crea en Silicon Valley, que es donde fue desarrollada, o en Irlanda, que es donde se gestiona. O incluso si es en los países donde se presta el servicio (en el ejemplo, Australia) donde se crea ese valor”, explica Pascal Saint-Amans, director del Centro Fiscal de la organización. “Lo que nadie puede sostener es que el valor se crea en el paraíso fiscal donde esa plataforma está presente sólo con una empresa pantalla”.

Publicado por el http://www.eleconomista.es/empresas-finanzas/noticias/7474289/04/16/La-economia-colaborativa-no-colabora-asi-eluden-Airbnb-y-Uber-al-fisco.html.