Uber constituye un problema de Estado

Uber constituye un problema de Estado

Posted by Fernando Gallardo

Uber está de enhorabuena. La valoración que Bloomberg hizo a finales de mayo de la compañía -18.000 millones de dólares- se habría podido quedar corta. Su negocio podría ahora crecer más rápido de lo previsto gracias a la huelga que los taxistas han convocado para hoy, miércoles 11 de junio de 2014, en diversas ciudades europeas. Paris, Londres, Milán, Barcelona y Madrid han sufrido un paro generalizado (cierre patronal en el caso de los taxistas autónomos, que parecen ser mayoría) de 24 horas que, seguramente, reforzará el conocimiento de su marca entre los ciudadanos. Si alguien pensó que Uber tardaría en hacerse un hueco en un mercado ya bastante saturado de aplicaciones P2P, no podía haber elegido un peor momento: los taxistas de todo el mundo se han unido para darle publicidad a Uber, entre todas.

El colectivo del taxi estaba tardando ya en demostrar su astucia, aunque queden aún muchos otros sectores por saltar. Antes ya habían enseñado sus dientes Fenebús, que ha visto caer su tráfico de autocares a la mitad en España; el lobby hotelero español, que ha visto caer sus precios a más de la mitad; la industria editorial y de medios de comunicación, que ya no se sabe ni cómo está; y la industria discográfica mundial, de la que nadie sabe si sigue existiendo. No hay quien detenga el fenómeno P2P, por mucho que se empeñen los taxistas, los autocaristas, los hoteleros, los agentes de viajes, los editores o los músicos. No digamos la que se les viene encima a los comerciantes, donde Amazon es el rey; a las telecos, donde Google se está moviendo con su proyecto de conectividad satelital balloon; a todo el sector industrial, que algunos ingenuamente pretenden resucitar en España, con el auge de la impresión en 3D; a los médicos, que deberán reciclarse en programadores de la salud ante el desarrollo de la nanotecnología; a los propios políticos, que no solo padecen el hastío ciudadano, sino se ven desbordados últimamente por intrusos al sistema organizados en redes sociales.

¿Es éste el turismo que necesitamos?, se preguntan los citados colectivos. Ciertamente sí, y más en España que en ninguna otra parte. A muchos turistas les resulta más cómodo y práctico viajar en un vehículo compartido que en un autobús. No todos los autobuses son iguales, por supuesto. Pero quien ha viajado en autobús sabe que, quitando los Alsa y contadas empresas, el confort y la seguridad no son los puntos fuertes de los demás. Quien ha contratado los servicios de una agencia de viajes puede haber sido atendido por magníficos profesionales de mostrador, pero también por diletantes entrenados si acaso para apretar el botón de una reserva o tramitar el periplo desde una agencia online, accesible a cualquier ciudadano sin necesidad de desplazarse a la sucursal física. ¿Qué garantías necesita hoy un joven acostumbrado a compartir su experiencia con otros jóvenes en un hostel de determinada ciudad? Los paquetes turísticos se ensamblan automáticamente en Internet, sin que mayoristas como la del imputado Díaz-Ferrán aporten mayor valor para el ciudadano que la contante para el bolsillo de algunos. Y en lo que respecta al sector hotelero, la serialización de la oferta ha terminado por provocar el aburrimiento general de los viajeros, que encuentran ahora una válvula de escape, pulsión local y ajustados precios en el alquiler de viviendas particulares, lo que igualmente ha provocado la animadversión del establishment turístico.

No cabe engaños. El turismo requiere un nuevo talante, una nueva visión, nuevos modelos de negocios y, sobre todo, soltarse mucha de la caspa que lo encorseta frente a la denominada economía colaborativa. Hacerse el sordo ante el advenimiento de la sociedad digital solo conduce a una deriva personal, profesional o sectorial, como han evidenciado los colectivos arriba mencionados. El de los taxistas se añade hoy a la sordera de quienes hoy claman por una economía más abierta, transparente y eficiente. Porque la acusación de intrusismo profesional solo puede sostenerse ya desde la secta, desde quienes defienden privilegios antes que servicios, de quienes escarban en el pasado antes que escuchar los argumentos constructivos del futuro.

Es verdad que los taxistas se han visto de repente invadidos por conductores privados, como antes se vieron los periodistas por los blogueros y los prescriptores de hoteles por el denominador común de los comentarios ciudadanos publicados en redes sociales y portales de opiniones. Pero la manera de afrontar el futuro no puede ser con el chantaje a la ciudadanía mediante una huelga o un cierre patronal. Sencillamente, porque se pierden antes de tiempo los argumentos para un reciclaje negociado.

El colectivo del taxi aduce que su licencia garantiza la seguridad y comodidad de los pasajeros. ¡Falso! Soy un usuario habitual de Uber y puedo asegurar que los coches negros son más cómodos, más nuevos y más seguros que los vehículos mayoritariamente empleados por el taxi, tanto en Madrid como en Nueva York. En esta última ciudad, donde los taxistas también se han pronunciado contra Uber, los vehículos amarillos dan miedo por desvencijados, sus conductores suelen ser bastante desagradables de trato y el ambiente se vuelve a veces irrespirable en su interior. La ciudad que emite sus licencias no los forma, ni los selecciona, ni desarticula sus mafias internas. Todo lo contrario a Uber, que sí alecciona a sus conductores para que se presenten limpios, bien uniformados, con vehículos lustrosos y con la máxima puntualidad. Por si fuera poco, el color escogido para sus vehículos es el negro corporativo, la máxima expresión del lujo y la exclusividad.

Otro de los argumentos esgrimidos por el susodicho colectivo es el del taxímetro, que se ahorran los coches Uber, cuando ellos deben pasar diversas revisiones y homologaciones técnicas. ¿Y para qué un taxímetro cuando Uber ofrece tarifas pactadas y conocidas de antemano por el usuario? Caso bien distinto es cuando no se sabe adónde ir, y entonces uno tira del contador ilimitadamente.

Que paguen impuestos, como los demás. Se ha oído decir de Uber, Blablacar, Airbnb y todas las compañías que aterrizan en la economía gracias a Internet. El argumento es impecable, faltaría más. Pero también se echa de menos una valoración más precisa de nuestro sistema fiscal. ¿Qué tipo de impuesto? ¿Quién, dónde y cuándo? ¿Qué coste de tramitación exige esa prerrogativa recaudadora? Porque si se persigue la igualdad entonces habrá que desear los mismos impuestos para todos, so pena de caer en una contradicción o apuntalar sin ambages una discriminación positiva, discriminación al fin y al cabo. Cuestión aparte es que haya conductores defraudadores, como me consta existen también los taxistas defraudadores, los hoteleros defraudadores, los músicos defraudadores, los políticos defraudadores, en fin…

La licencia. Concedamos que una licencia para conducir taxis es la facultad que tiene el Estado en intervenir en la economía del taxi. Concedamos que el Estado es el garante protector de los consumidores. Concedamos también que el Estado arbitra las reglas de uso, la tecnología del taxi, los conocimientos de la conducción y hasta el color de los vehículos destinados a esta actividad. ¿Acaso no resulta descabellado pensar que los Estados, constituidos cuando la Humanidad no estaba conectada ni poseía el acervo tecnológico actual, vayan a seguir funcionando en la era digital con las mismas reglas, las potestades, las prerrogativas y el rol centralizador que ejercen hoy? Porque esa es la clave para comprender el problema del taxi, el intercambio de casas, la música pirateada y el consumo colaborativo en general. Internet nos ha cambiado la vida, pese a que muchos no quieran reconocerlo. Nos está cambiando ya la manera de pensar, de producir y de organizar nuestra vida.

Más que nunca, el P2P es un problema de Estado. De otra manera de concebir nuestro estado.

Fernando Gallardo |